Hablar. Hablar de política…¿Por qué no dejar de tanto
hablar?
Otra alternativa es que hablemos, hablemos de las personas, como
personas que somos. Pensar qué les pasa a las personas. Es mucho mejor, es
mucho más que sólo de política. Otras veces, es mejor callar, también.
Ayer en el trabajo (en mi empleo, perdón) me pareció
escuchar una frase muy copada. No me importa si me quedó o si lo que me sale
ahora es la exacta reproducción de lo que dijo mi compañero, pero lo que me
pareció escuchar fue mucho más interesante. No soy un tipo que necesite sacar
conversación por sacarla, salvo cuando el arte de la seducción me lo demanda.
Me gusta el silencio, mis pensamientos y mis momentos de no pensar, también.
Por más embolante que es mi laburo, me abstengo de hablar por hablar. Si
alguien me quiere conocer (o al menos llevarme a la cama) debe saber que
hablándome del clima no va a llegar lejos, ni siquiera cerca. Algo que
tampoco soporto: bardearse los unos a los otros para simular una interacción.
Ya tengo para hacer otra nota más…Pasó mucho tiempo, y pasó mucha agua bajo el
puente, pero mis tareas de prestar oídos a reclamos pequeño burgueses continúan.
“¡Reynaldo, hablaste! ¡No lo puedo creer! Conocemos la voz de Reynaldo porque no habla nunca, pero cuando habla, es única” – Gracias, un elogio rotundo a mi personalidad. Nada me hizo sentir “tan yo mismo” como ese chiste. Por eso volví, por eso vuelve el blog.
Ultimamente no tuve nada que decir, por eso no inventé nada. Estuve guardado en mí mismo largo rato. La sociedad de la que no pedí ser parte me llamó, y ya que tuve que salir, aproveché para respirar. Así es, las elecciones me movieron ideas. No dije una sola palabra, porque yo solo trazo mis caminos y saco mis conclusiones para mí, no doy discursos para que me aplaudan.
Una chica que aprecio mucho puso el grito en el cielo, mejor dicho, en su muro de facebook: “La época de elecciones es lo más hipócrita”. Totalmente cierto, y agregaría que es la época mágica en la cual gran parte de las personas que conocemos mágicamente se transforman en profesores de historia, de economía, de sociología y de muchas otras cosas sesudas. Esta nota no es apta para quien siga encandilado con la diosa razón, los ideales de la modernidad y el gran relato de la democracia (ni las notas subsiguientes, es una promesa). No es un descargo de rebelde sin causa que, más que cavilar y comprometerse, dice que no se mete en política, y en realidad, oculta la cabeza como avestruz, no afronta la realidad. Hay mucha gente sin escrúpulos dando vuelta, y no vamos a impedirles votar, en esta época que es el cénit de la democracia, la mejor de las eras por lograr un sistema de gobierno mejor que la dictadura.
Cada dos años veo el espectáculo político. Sí, estamos en la época de la “Política espectáculo”, concepto que le debo a un querido profesor de Sociología del CBC, Gustavo Andino. Hoy hablar de política es hablar de las vestimentas, los bienes suntuarios y las declaraciones estrafalarias de los candidatos más que del rumbo que debe tomar el país. Aún quien habla de las propuestas y la trayectoria política, sigue preso de un personaje. Pocos dicen lo que piensan, reproducen lo que vieron y escucharon en la caja idiota. No se habla ni menos se vota con argumentos, para eso, estaba la democracia griega, los debates y las decisiones en manos del pueblo mismo. Toda la responsabilidad de elegir libremente, acompañada del compromiso de pensar, es legada a tipos trajeados que dicen que nos representan, y lo que recibimos para pensar qué meter en la urna, es un collage con trozos de información ingeniosamente manipulados para que cada quién se haga determinadas ideas en la cabeza. Nos siguen atando a un asiento para proyectarnos sombras. Los vemos en la tevé, los escuchamos a cada rato en estas semanas. En las discusiones entre amigos, compañeros y familiares, reavivadas por esa vuelta a la confianza del político del post menemismo, atizadas por la bipolaridad, se discute quién elige cada uno y por qué le parece que es el mejor. Morirían y venderían hasta a su madre por defender sus banderas.
“¡Reynaldo, hablaste! ¡No lo puedo creer! Conocemos la voz de Reynaldo porque no habla nunca, pero cuando habla, es única” – Gracias, un elogio rotundo a mi personalidad. Nada me hizo sentir “tan yo mismo” como ese chiste. Por eso volví, por eso vuelve el blog.
Ultimamente no tuve nada que decir, por eso no inventé nada. Estuve guardado en mí mismo largo rato. La sociedad de la que no pedí ser parte me llamó, y ya que tuve que salir, aproveché para respirar. Así es, las elecciones me movieron ideas. No dije una sola palabra, porque yo solo trazo mis caminos y saco mis conclusiones para mí, no doy discursos para que me aplaudan.
Una chica que aprecio mucho puso el grito en el cielo, mejor dicho, en su muro de facebook: “La época de elecciones es lo más hipócrita”. Totalmente cierto, y agregaría que es la época mágica en la cual gran parte de las personas que conocemos mágicamente se transforman en profesores de historia, de economía, de sociología y de muchas otras cosas sesudas. Esta nota no es apta para quien siga encandilado con la diosa razón, los ideales de la modernidad y el gran relato de la democracia (ni las notas subsiguientes, es una promesa). No es un descargo de rebelde sin causa que, más que cavilar y comprometerse, dice que no se mete en política, y en realidad, oculta la cabeza como avestruz, no afronta la realidad. Hay mucha gente sin escrúpulos dando vuelta, y no vamos a impedirles votar, en esta época que es el cénit de la democracia, la mejor de las eras por lograr un sistema de gobierno mejor que la dictadura.
Cada dos años veo el espectáculo político. Sí, estamos en la época de la “Política espectáculo”, concepto que le debo a un querido profesor de Sociología del CBC, Gustavo Andino. Hoy hablar de política es hablar de las vestimentas, los bienes suntuarios y las declaraciones estrafalarias de los candidatos más que del rumbo que debe tomar el país. Aún quien habla de las propuestas y la trayectoria política, sigue preso de un personaje. Pocos dicen lo que piensan, reproducen lo que vieron y escucharon en la caja idiota. No se habla ni menos se vota con argumentos, para eso, estaba la democracia griega, los debates y las decisiones en manos del pueblo mismo. Toda la responsabilidad de elegir libremente, acompañada del compromiso de pensar, es legada a tipos trajeados que dicen que nos representan, y lo que recibimos para pensar qué meter en la urna, es un collage con trozos de información ingeniosamente manipulados para que cada quién se haga determinadas ideas en la cabeza. Nos siguen atando a un asiento para proyectarnos sombras. Los vemos en la tevé, los escuchamos a cada rato en estas semanas. En las discusiones entre amigos, compañeros y familiares, reavivadas por esa vuelta a la confianza del político del post menemismo, atizadas por la bipolaridad, se discute quién elige cada uno y por qué le parece que es el mejor. Morirían y venderían hasta a su madre por defender sus banderas.
Yo prefiero hablar de materia económica, más que dedicarme a
ver quién garpó la deuda o quién lava dinero. Me gusta hablar de sociedad, más
que de quién promete poner cámaras de seguridad o regalar computadoras. Me
gusta pensar en lo que pensamos que pensamos, en lo que no sabemos que
pensamos, me gusta pensarme y pensarnos, pensar en lo que nadie piensa, porque
están ocupados jugando una especie de competencia a ver quién descalifica más
al otro, y bastapara justificar un pifie del propio candidato, destacar una cagada del candidato del otro. Que el suyo sea el malo y el nuestro el bueno. “Clarín también lavó dinero”; “También
se talaron árboles para hacer ‘Negrópolis’ (en palabras de un Anti-K)”…Y yo
pregunto, ¿Cuántos libros leyeron o cuántas carreras tuvieron que hacer eso?
Basta con estar enchufado a las máquinas que nos cuentan la realidad. Basta con
defender a los gigantes de barro que luchan las peleas de la vida, a quienes
les legamos nuestro futuro, en tanto soberanos, y todo descansa sobre ellos.
Ellos nos arreglarán la vida y seremos felices. Siguen mamando de la teta de
modernidad, y se siguen dando con el berretín de la democracia.
Tontos.
Escuché hace poco: “El que calla, no siempre otorga.
Simplemente, no quiere discutir con idiotas”.
Yo por esto no asisto al foro diario y empiezo a dar
cátedra. Me siento enriquecido de poder oírlos a ell@s dar clases, porque a mí
me construye más oírlos que pararme a corregirlos. Por más que ya conozca sus
parlamentos de loro, me dicen más de lo que dicen sus palabras, aprendo mucho
escuchando al Soberano. Tengo la receta con la proporción indicada de calle y
de biblioteca necesarias para logar la mejor experiencia. Y es así como yo armo
mi ideología. No tengo que salir a exportarla, porque estoy en este mundo para construirme
a mí para luego volcar mi mismidad en el mundo. No estoy para defender ningún
proyecto, ni para hacerle la contra. Si me tuviera que definir, yo soy pura y
enteramente Reynaldista, auténtico, de base, de la primera hora, a veces hasta
disidente. La representatividad es una ilusión.
Aprovecho para abrir esta etapa del blog con una temática a
la que estaría bueno dedicarme: las ilusiones. Las ilusiones de nuestra existencia, las que
nos hacer sufrir y las que nos impiden crecer.
Todo este planteo para qué…Para hablar de que sé callarme, y
sólo hablo cuando tengo ganas. Con el pasar de los años, y desde aquella vez
que me lo sacaron en cara, trato de ser cada vez menos bruto a la hora de decir
verdades. Creo que es el único arte donde no se practica para perfeccionarse.
Al contrario, una palabra callada, es ganar en sabiduría. El ejercicio de
revolear el dedito y dar clases es hundirse más en la propia creencia estúpida
y sesgada. Redondeando, para aprender a decir verdades, hay que hablar lo menos
posible. Mejor, escuchar y escucharse dentro de un@ mism@.
Más allá de quién gane hoy, esto es preliminar. También es
preliminar en tanto radiografía social y humana. Eso es lo que me interesa, y
por eso preferí callar todos estos días. Tuve la oportunidad de escuchar y
observar de todo. De todo ello, sólo quiero compartir un planteo. Miren a su
alrededor a quién se jacta de ser de qué color, y analicen:
Cuánta de esa gente consideran: Sabia; justa; astuta;
creativa; honrada; de buen corazón. Cuánta de esa gente lee, estudió o piensa.
Cuánta de esa gente saben que va a estar en las buenas y en las malas. Cuánta
de esa gente les cambió la vida favorablemente. Cuánta de esa gente los ama…con
todas las letras, y quién de toda esa gente es feliz y libre de verdad.
Relacionen con cada ideología. Nada es casual. Van a ver que
la gente y sus virtudes (o sus faltas de virtud) se alinean perfectamente con
cada partido y con cada ideología. Eso que escapa a todo análisis, eso que el
puto positivismo quiere sacar de foco, es justo lo más importante: la persona.
No se puede hacer que la gente de mierda no vote, ni podemos impedir que sigan
viviendo en este mundo (que palabras suaves...). Aún si lo hiciésemos, tampoco
puedo estar seguro si esta especie de vuelta a la aristocracia griega es
garantía de un mundo mejor. No hay razón de jactarme de ningún camino
rectilíneo y uniforme, para no caer en el jueguito de quienes critiqué recién.
La intención del planteo no es cambiar los gobernantes, de
cambiar qué personas. Lo mejor que podemos hacer es mejorar nosotros como
personas. Cuando mejoremos humanamente, mejoraremos como humanidad. En los
carteles son todos rutilantes, impolutos, una alegoría de lo que pensamos que
es lo mejor para cada uno, de todo lo que somos, porque cada quien se jacta de
ser el bueno de la película,…¿Lo son?
No vas a mejorar al mundo y, más importante, no vas a ser
feliz hasta que atravieses cada interrogante y cada transformación. El primer
paso es dinamitar el ego y la idea de que nada del orden puede cambiar. Un día
dejaste de discriminar a alguien por el color de la piel, su credo, orientación
sexual, o cualquier cosa; después, empezaste a darte cuenta que no todo en la
vida pasa por la plata, luego, se te borró ese mapita de clases sociales que te
impusieron; otro día se te ocurrió que la mujer no es inferior, y podés amarla
y cuidarla, incluso sin compromisos ni ataduras; te empezó a importar amar al
prójimo más que cumplir las escrituras; después de mucho tiempo, dejaste de
gastar por gastar, de ir a donde todos van, de drogarte; agarraste los brolis,
empezaste a tocar un instrumento, o cualquier cosa que vos quisiste hacer de
motu propio; quizás un día quisiste tener una mascota y cuidarla, o dejaste la
comida rápida y te cuidaste a vos; la lista puede seguir eternamente, porque el ser humano es infinitamente perfectible.
Todas estas cosas, experiencias, que son pelotudeces
para los que se piensan que escriben la historia, te hicieron una mejor
persona, y no termina ahí. Sin que te hayas dado cuenta, hoy te importan otras
cosas, y tenés otras ideas sobre lo que querés para tu país. Nada de lo que
amás y te parece realmente importante es plataforma de ningún partido. De
repente, estás tan conectado con vos y con el mundo que no necesitás de la
política. No los necesitás, y perdieron todo su poder.
Revolución.
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